Este artículo no va sobre "running". No soy "runner", ni lo seré jamás. No por nada, sino porque eso de 'correr por correr' nunca ha ido con mi estilo.
Quien haya coincidido conmigo en alguno de los equipos de fútbol, fútbol-sala, baloncesto, voleibol, tenis, padel, etc... sabe que aquello de correr kilometros hacia delante era lo que peor llevaba. Mi faceta deportiva nunca me ha llevado por ese camino. Sin embargo, este post habla sobre una carrera.
Tampoco se trata de un artículo basado en la fotografía, aunque contenga algunas de las que pude tomar en plena carrera.
Este post habla sobre las experiencias que quedarán en tu memoria cuando pasen muchos, muchos años.
Resulta que hace muchos años coincidimos estudiando en Granada un buen grupo de chavales con el deporte como nexo de unión. Los años van pasando, terminamos los estudios, cada uno va haciendo su vida según puede o quiere, y pierdes el contacto con muchos de ellos. Pero hay otros que se mantienen , y quizás no sabes bien por qué. Este es el caso de Jose, y Juan. Gente que casi consideras de tu familia, sabes lo que te pueden dar y que los tienes ahí para todo lo que necesites. Jose siguió en Granada, con lo cual, era fácil verlo en cualquier visita a Granada.
Pues bien, en una de esas llamadas rutinarias para hablar con Juan, una noticia llega en forma de mazazo: "Edu, estoy enfermo, tengo cáncer". Hay tantas miles de personas que tienen que sufrir noticias de este calibre casi a diario, que quien lo haya sufrido debe saber el escalofrío que te recorre el cuerpo. No sabes ni qué decir, ni cómo ayudar, cada cuánto tiempo darle el coñazo para ver cómo está... Cada uno tiene su forma de llevarlo y sufrirlo, pero Juan fue (como casi siempre) un ejemplo.
Después de meses de lucha, tratamientos y miedos, otra llamada confirmó lo que todos esperábamos oír: "Estoy limpio!". Todo había salido bien y teníamos por delante trabajo que hacer. Había que retomar la vida de antes. Ahí es donde entra el recuerdo de Granada. Como casi siempre, tengo ideas y proyectos en la cabeza y le dije: "¿Somos capaces de prepararnos mental y físicamente para correr la Transvulcania?" (La Transvulcania es una de las carreras de montaña más duras del mundo, que tiene una versión "corta" de 25km para gente más limitada). Juan aceptó el reto y junté a Jose (que se apunta a correr donde sea) y a mi hermano (inseparable compañero de todas mis batallas) para formar el grupo de cuatro. Así pues, marcamos la fecha en el calendario, reservamos billetes y nos ponemos manos a la obra. Ahí es cuando aparece mi nueva faceta "runner".
Juntarnos los cuatro amigos después de varios años se convierte en sí mismo en un momento único. Pero si lo acompañas con un viaje a la maravillosa isla de La Palma (la tierra donde nació mi padre, donde tenemos una familia maravillosa y que hemos podido disfrutar durante años...), tenía visos de ser inolvidable. Yo, además, tenía en mente terminar un proyecto fotográfico que dejé a medias: un video/timelapse sobre el gran incendio que sufrió la isla el verano pasado. Cámaras y trípodes preparados, zapatillas en la maleta, y... a correr. Poder pisar las playas de arena negra, observar las infinitas plataneras, intuir la grandeza de La Caldera de Taburiente, admirar el mar de nubes bailando a tus pies desde el Roque de los muchachos...
Era la primera carrera de mi vida. Primera vez que recogía un dorsal y primera vez que me ponía las zapatillas y me ponía en la línea de salida. El objetivo era claro: llegar a la meta antes de las 6h y media que la organización marcó como límite y poder abrazarnos los cuatro para celebrarlo. Lo que yo no podía imaginar jamás era la dureza de la prueba. Un desnivel acumulado de 2726m para unas piernas noveles y con más de 100kg que transportar... podía hacerse muy duro. A pesar de prepararme unos meses antes con salidas de hasta 13 km corriendo, las cuestas fueron demasiado para mí. Confiaba en que la belleza del recorrido me empujara y diera un plus. El que haya corrido carreras de este tipo (o peores), pensará que soy un flojo o un exagerado, pero nada más lejos de la realidad. En el kilómetro 10'01 comienzan los verdaderos problemas: los calambres. Ni los estiramientos que realizo, ni la alimentación que llevo encima me alivian más de 200m seguidos... así que toca sufrir. Si algo siempre me caracterizó, deportivamente hablando, fue la entrega. Nunca fui el mejor en nada, pero sí el que más ganas le echó. Aquí no tuve más remedio que recurrir a eso. Me quedaban casi 15km, entre ellos la parte más dura de la prueba. Pero nunca fui de los que se rinden. Parando a cada rato, con los cuádriceps totalmente acalambrados, fui tirando hacia delante paso a paso como podía. La retirada no era una opción.
Aquí es donde entra una de los aspectos que más me marcó: el espíritu de una carrera de este tipo. La gente de La Palma se vuelca tanto en esta carrera, que logra ponerte la piel de gallina. Esa sensación de ver a familias completas en cualquier lugar del recorrido esperando para aplaudir a cada uno de los corredores, es maravillosa. Cuando pasé por Los Canarios, todo el pueblo debía estar en la calle animando. Cuando me tocó pasar por la calle principal, como si del Tour de Francia se tratara, la calle se estrechaba y todos comenzaron a aplaudir y a dar gritos de ánimo como locos. Cuando llegué a ese punto, pensé que venía por detrás algún corredor del lugar o alguien conocido para ellos. Pero miré hacia atrás y vi que venía yo sólo. ¡Esos ánimos eran para mí! Con los pelos de punta atravesé el pueblo sintiéndome como una versión engordada y acalambrada de Gebreselassie. La gente que te adelanta, también fatigada, te da ánimos, te ofrece bebida, alimento, geles... el compañerismo que allí pude ver fue extraordinario. Desde la muchacha que me ofreció réflex, hasta el muchacho que hizo toda la carrera con muletas e intentaba animarme... todos y cada uno me merecen un respeto y admiración enormes. Desde el primero que llegó hasta el que no pudo terminar. Nunca sabes la historia que lleva consigo cada persona.
Al final, reto superado por mi parte, con un ratito de margen con respecto al horario límite. Agotado, fundido, pero con la satisfacción de poder contar que allí estuvimos los cuatro amigos dándonos el abrazo deseado. Aunque Juan finalmente no pudo correr por problemas en la espalda, sé que sufrió y sintió esa carrera como si la hubiera vivido.
He de destacar también el maravilloso gesto que tuvo la organización de la Transvulcania cuando le comenté el caso que nos llevaba allí. Demostraron no sólo ser una de las mejores carreras del mundo, sino que está liderado por gente de gran corazón.
Concluyendo, la vida trata de vivir momentos y experiencias. Estos días en La Palma, viendo a la familia, con amigos, con la Transvulcania en las piernas, y con el material suficiente como para terminar mi video/timelapse 'Reborn', será una de esas experiencias que recordaré para siempre. Así que, Juan, Jose y Javier... gracias por hacerme vivir unos días tan maravillosos. Y gracias a nuestras sufridoras mujeres, que nos permitieron vivirlos tan intensamente.